Oscuridad

Oscuridad

---- ¿QUIÉN TRASLADO EL DÍA DE REPOSO AL DÍA DOMINGO?





VALE COMO INFORMACIÓN HISTÓRICA




Constantino El Grande: Cambió el "shabbat/reposo" 
por el Domingo/gregoriano






El domingo fue declarado día de reposo el 7 de marzo del 321
sustituyendo así el sábado por el domingo
en el cual los mercados permanecerían cerrados, así como las oficinas
públicas (excepto para el propósito de la liberación de esclavos).
No había restricciones para el trabajo en las granjas.
Para muchos historiadores modernos, algunas de las decisiones
que adoptó el emperador Constantino marcaron el tránsito del mundo
antiguo al medieval. Constantino gobernó el Impero Romano durante
treinta años, hasta su muerte en Nicomedia (actual Izmir, Turquía) el
22 de mayo de 337. Fundador de Constantinopla en lo que era la
antigua ciudad griega de Bizancio, en la Iglesia ortodoxa se le venera
como santo, y la Iglesia romana le considera un gran benefactor
de los cristianos, religión que legalizó promulgando un edicto de
tolerancia en el año 313 (Edicto de Milán).

No obstante, cuando la capital del Imperio se trasladó de
Roma a Constantinopla, en Oriente, se inició una larguísima
decadencia económica que marcaría buena parte de la Edad Media.
A los europeos les llevaría casi un milenio recuperar su protagonismo
político e influencia económica en el mundo. Ésta no se produciría
hasta la era de los grandes descubrimientos geográficos y la
posterior colonización de América y otros continentes.


Otra de las decisiones que determinaron la historia de Occidente en
los siglos venideros, fue la re-fundación del cristianismo como una
religión de Estado adaptada a las necesidades del Imperio, y bajo la
apariencia de una nueva Iglesia institucionalizada, católica y romana.
Los cristianos, en adelante, no sólo deberían obediencia a Dios,
sino al emperador. Para-dójicamente, con el devenir de los siglos,
acabaron siendo los monarcas cristianos quienes tuvieron que
rendir obediencia a los papas, herederos de los antiguos césares,
y someterse a su voluntad.


Tras haberse desembarazado de todos sus rivales políticos,
Constantino convocó el primer concilio ecuménico en la ciudad
asiática de Nicea (Bitinia, hoy en Turquía) en 325, que legalizó la
práctica del cristianismo en el Imperio Romano y puso fin a las
persecuciones. Se considera que esto fue esencial para la
expansión de esta religión por toda la cuenca mediterránea, y los
historiadores, desde Lactancio y Eusebio de Cesarea, hasta nuestros
días, presentan a Constantino como el primer emperador cristiano,
aunque vivió como pagano y no se bautizó hasta encontrarse en su
lecho de muerte. Se dice que sus colaboradores y allegados le temían
tanto, que nadie se atrevió a tocar el cadáver hasta que hubieron
transcurrido siete días desde el óbito.


A lo largo del siglo III el Imperio Romano había sufrido diversas
crisis de variada índole –económicas, demográficas, pandémicas,
políticas y militares– que a punto estuvieron de destruirlo. A principios
del siglo IV, tras alcanzarse una solución de compromiso, el Imperio
estaba dividido en dos mitades, una oriental y otra occidental, y
gobernado por dos emperadores mayores o augustos, y dos
emperadores menores o césares, que eran a su vez los sucesores
reconocidos de los primeros.


Diocleciano y Maximiano eran los augustos, y Constancio Cloro
(padre de Constantino) y Galerio, compartían el poder como césares.
El joven Constantino sirvió en la corte de Diocleciano en Nicomedia
tras el nombramiento de su padre como uno de los dos césares de la
tetrarquía en 293. El año 305 marcó el final de la primera tetrarquía
con la renuncia de los dos augustos, Diocleciano y Maximiano.
De esta forma los dos césares accedieron a la categoría de augustos
y dos oficiales ilirios fueron nombrados nuevos césares. La segunda
tetrarquía quedaba así formada: Constancio Cloro y Severo II, como
augusto y césar respectivamente, en Occidente, y Galerio y
Maximino en la parte oriental del imperio, también como augusto
y césar cada uno.


Sin embargo, Constancio Cloro cayó enfermo durante una
expedición punitiva contra los pictos en Caledonia (actual Escocia),
muriendo el 25 de julio de 306. Su hijo Constantino se encontraba
junto a él en su lecho de muerte en Eburacum
(actual ciudad de York, Inglaterra), en la Britania romana, donde su leal
general Croco, de ascendencia germana, y las tropas leales a su padre
le proclamaron
augusto. Simultáneamente, el césar occidental, Severo II, era a
su vez proclamado augusto por Galerio. Ese mismo año el
Senado –según la vieja fórmula republicana– nombró césar a
Majencio, hijo del anterior tetrarca Maximiano, y éste último regresó
también a la escena política reclamando para sí el título de augusto.


Comenzó otro largo periodo de conflictos y guerras civiles que se
prolongó por espacio de veinte años. Severo fue traicionado por
sus tropas; entretanto Constantino y Maximiano concertaban una
alianza. Al final del año 307 había 4 augustos: Constantino,
Majencio, Maximiano y Galerio, y un solo césar: Maximino.


A pesar de la mediación de Diocleciano, que se mantuvo neutral
intentando actuar como árbitro en la disputa, al final del año 310 la
situación era aún más confusa con 7 augustos: Constantino,
Majencio, Maximiano, Galerio, Maximino, Licinio –al que había
introducido en la pugna el propio Diocleciano rompiendo su
neutralidad– y Domicio Alejandro, vicario de África que se había
proclamado augusto. Los vicarios eran lugartenientes designados
por el emperador, que les enviaba en su representación a las
provincias que no estaban regidas por un gobernador. Después de las
reformas administrativas de Constantino, se dio el nombre de vicario
a los gobernadores de la mayoría de las diócesis, y ejercían su
autoridad en ausencia de sus titulares, los prefectos del Pretorio.


En medio de este entorno convulso comenzaron a desaparecer
candidatos: Domicio Alejandro fue asesinado por orden de
Majencio; Maximiano se suicidó asediado por Constantino, y
Galerio falleció por causas naturales.


Majencio fue relegado por los tres augustos restantes y finalmente
vencido por Constantino en la decisiva batalla del Puente
Milvio, en las afueras de Roma, el 28 de octubre de 312. Una nueva
alianza entre Constantino y Licinio selló el destino de Maximino
que se suicidó tras ser vencido por éste en 313.


A partir de este punto el Imperio quedaba dividido entre Licinio, en
Oriente, y Constantino en Occidente. Tras los enfrentamientos iniciales,
ambos firmaron la paz en Sárdica en 317. Durante este periodo ambos
nombraron césares según su conveniencia entre los miembros de su
familia y círculo de confianza. En el 324, nuevos enfrentamientos
terminaron con la victoria de Constantino sobre Licinio en
Adrianópolis y Crisópolis.


Constantino representa el nacimiento de la monarquía absoluta,
hereditaria y por derecho divino, algo hasta entonces inusual en el
Imperio Romano que siempre conservó sus estructuras republicanas.
Es más, el título de “Imperator” equivalía al de Generalísimo o
Comandante en Jefe de los Ejércitos, no era un título monárquico.
Los primeros emperadores, desde César, fueron dictadores
vitalicios por acumulación de cargos. César y Augusto se
convirtieron en dictadores tras ser reconocidos por el Senado
como únicos cónsules. El consulado estaba compartido por
dos cónsules elegidos por el Senado.


En cualquier caso, la formula monárquica absolutista, sancionada
por la Iglesia, e inaugurada por Constantino el Grande, tendría su
continuidad tras la desaparición del Imperio, a lo largo de toda la
Edad Media y, en muchos casos, hasta el siglo XX. Así, los
monarcas medievales lo eran “Por la Gracia de Dios” y los títulos
“káiser” y “zar” eran transcripciones derivadas de la palabra “césar”.
Asimismo, durante el Medievo hubo varios intentos de restaurar el
viejo imperio bajo la apariencia de un Sacro Imperio Romano.


Durante el reinado de Constantino se introdujeron importantes
cambios que afectaron a todos los ámbitos de la sociedad del Bajo
 Imperio. Reformó la corte, las leyes y la estructura del Ejército.
Las legendarias legiones romanas desaparecieron y fueron
substituidas por cuerpos de infantería pesada muchos más
reducidos, y unidades de caballería principalmente.


Pero, seguramente, Constantino sea más conocido por ser el
primer emperador romano que permitió el libre culto a los
cristianos.
 Su conversión al cristianismo, de acuerdo con las fuentes
oficiales cristianas, fue el resultado inmediato de un presagio antes
de su victoria en la batalla del Puente Milvio (312). Tras esta visión
extática, Constantino adoptó un nuevo estandarte para marchar a la
batalla al que llamaría Lábaro. La visión de Constantino se produjo
en dos partes: en primer lugar, mientras marchaba con sus soldados
vio la forma de una cruz frente al Sol (Apolo). Tras esto, tuvo un sueño
en el que se le ordenaba poner un nuevo símbolo en su estandarte, ya
que vio una cruz con la inscripción «In hoc signo vinces»
(«Con este signo vencerás»). Mandándolo pintar de inmediato en
los escudos de sus soldados, venció a Majencio. En los siglos
venideros las cruces figuraron en los escudos de casi todos
los ejércitos cristianos. Se dice que tras estas visiones, y por el
resultado de la batalla del Puente Milvio, Constantino se convirtió
de inmediato al cristianismo. Pero, tal vez fue así por razones políticas.


Una buena parte del ejército romano seguía el culto mitraico, de
origen oriental, aunque es cierto que el cristianismo también
había ganado muchos conversos entre los soldados y oficiales.
Había una buena razón para ello: ambas religiones prometían una
vida después de la muerte. Aspecto éste que siempre despertaba
el interés de los militares, que arriesgaban la vida constantemente
en el combate.


Se cree que la influencia de Elena, su madre, que era una devota
cristiana, fue decisiva. No obstante, Constantino, siguiendo una
extendida costumbre de la época, no fue bautizado hasta estar
cerca de la muerte (337), y fue un obispo arriano, Eusebio de
Nicomedia, que no católico, quien le bautizó. Posiblemente, la
elección del obispo de Nicomedia fuese un guiño político hacia los
arrianos. El arrianismo había sido condenado por la nueva Iglesia
católica surgida tras el Concilio de Nicea (325), pero eran muchos los
soldados y oficiales, de origen germánico sobre todo, que
profesaban esta doctrina cristiana. Eusebio, además, era amigo
de la hermana de Constantino, lo que probablemente facilitó el
indulto y su vuelta desde el exilio para bautizar al agonizante
emperador.


Poco después de la batalla del Puente Milvio (312), Constantino
entregó al papa Silvestre I un suntuoso palacio que había
pertenecido a Diocleciano, perseguidor de los cristianos, con el
encargo de construir una gran basílica dedicada al culto cristiano.


El nuevo edificio se construyó sobre los antiguos cuarteles de
la Guardia Pretoriana, y actualmente se la conoce como Basílica de
San Juan de Letrán. En 324 el emperador hizo construir otra magnífica
basílica en la colina Vaticana, en el mismo lugar donde, según la
tradición cristiana, martirizaron a san Pedro: ésta fue la Basílica
de San Pedro.


El Edicto de Milán despenalizó la práctica del cristianismo y se
devolvieron las propiedades confiscadas a la Iglesia. Tras el
edicto de tolerancia se abrieron nuevas vías de expansión para los
cristianos, incluyendo el derecho a competir con los paganos en el
tradicional “cursus honorum” para acceder a las altas magistraturas
del Estado, y también ganaron una mayor aceptación e influencia
dentro de la sociedad civil en general. Se permitió la construcción
de nuevas iglesias y los líderes cristianos alcanzaron una
importancia decisiva.


Envalentonados por las nuevas prerrogativas concedidas por el
emperador, los obispos nicenos (católicos) adoptaron unas posturas
agresivas hacia otros grupos cristianos a los que consideraban
heréticos –especialmente los arrianos– y empezaron a mostrar
un carácter abiertamente revanchista hacia los paganos que
prefirieron seguir fieles a los antiguos dioses y no aceptaron
 bautizarse.


Aunque el cristianismo no se convertiría en “única” religión del
Imperio hasta que Teodosio así lo dispuso con la promulgación del
Edicto de Tesalónica en el año 380, Constantino dio un gran poder
económico a los cristianos: les concedió numerosos privilegios y
exenciones fiscales, e hizo importantes donaciones a la Iglesia
procedentes de las propiedades confiscadas a sus enemigos políticos,
algunos de ellos paganos. Asimismo, apoyó la reconversión de
muchos templos paganos en iglesias, y dio preferencia a los
cristianos en los puestos preeminentes de la administración
del Estado.


Como resultado de todo esto, las controversias que habían
existido entre los cristianos desde mediados del siglo II, eran ahora
aventadas en público, y frecuentemente de una manera violenta.
Constantino consideraba que su deber como emperador
designado por Dios, era acabar con los desórdenes religiosos,
y convocó el Concilio de Nicea (325) para, según él, terminar
con los cismas doctrinales que dividían a la Iglesia,
especialmente el arrianismo.


Los historiadores señalan, no obstante, que su principal
preocupación era la unidad del Imperio, recientemente restituida,
y que se podía ver nuevamente resquebrajada debido a estas
divergencias religiosas. Muchos consideran que Constantino «creó»
la Iglesia católica confiriéndole su impronta personal, y que ésta
 perduraría mucho tiempo después de su muerte. Los papas
 lucharon por la unidad de la Iglesia con tanto ahínco y
determinación, como Constantino lo hizo por mantener la
integridad territorial del Imperio Romano, en el que ya habían
empezado a manifestarse los primeros síntomas de la enfermedad
que habría de ponerle fin un siglo y medio después.


En Nicea, el emperador impuso el dogma de la Santísima Trinidad
presionado por los obispos reunidos en el concilio partidarios del
mismo. Uno de los principales motivos de discordia entre los cristianos,
aunque no el único. Por otra parte, los defensores de la Iglesia
católica sostienen que las bases del dogma ya se daban en la
iglesia primitiva, unos 200 años antes de celebrarse el concilio.
Así como la definición de «católico», término que proviene del
griego καθολικός (katholikós) y que significa “universal”.


Varias creencias que serían luego consideradas dogmas de fe
en la Iglesia romana, se forjaron durante las discusiones teológicas
habidas en el Concilio de Nicea. Y, aunque la intervención del
emperador haciendo valer su posición fue determinante, el
análisis de las cartas escritas por Constantino, evidencia en ellas
una acusada carencia de formación teológica, por lo que algunos
 estudiosos descartan la posibilidad de que el emperador pudiese
haber influido en la posterior doctrina de la Iglesia debido,
justamente, a su profundo desconocimiento en la materia.


Asimismo, muchos se preguntan por qué el papa Silvestre I no
asistió a dicho concilio ecuménico, siendo él el más adecuado para
presidirlo. Por esto algunos especialistas sostienen que el
motivo de su ausencia fue que Constantino estableció en Nicea
una nueva religión sincretizada, mezclando elementos paganos
y cristianos, y rompiendo definitivamente con las fuentes judías
de las cuales procedía el cristianismo original. El resultado final
de esta fusión de elementos paganos y judeocristianos habría sido,
 según esta teoría, la Iglesia católica romana que ha
perdurado, con escasísimos cambios, hasta nuestros días.


Constantino inauguró el Concilio de Nicea vestido pomposamente,
como un auténtico rey-sacerdote, algo totalmente ajeno a los
sobrios usos y costumbres romanos, y más propio de los reyes
orientales. El emperador abrió el concilio con un solemne discurso
 pronunciado en griego, y ataviado con unos pesados y
vistosos ropones talares adornados con lujosos brocados
hechos en oro y plata. Una imagen que se corresponde más con
la de un papa medieval, que con la de un clásico emperador
romano.


Entre los títulos que solían ostentar los emperadores
–aunque no todos– estaba el de “pontifex maximus”
o sumo pontífice, un vestigio honorífico de la época republicana
a la que los césares jamás concedieron demasiada importancia.
Pero en Nicea, durante el concilio, Constantino ejerció de sumo
 pontífice a todos los efectos, tal vez, por primera y única vez
en la dilatada historia del Imperio Romano.


Varios años después, el emperador Graciano el Joven
(muerto en 383) influenciado por Ambrosio, obispo de Milán,
prohibió definitivamente los antiguos cultos paganos en todo el
Imperio. Acto seguido, renunció al título de “pontifex maximus” por
considerarlo incompatible con la fe cristiana, apagó el fuego sagrado
del templo de Vesta, y retiró el altar de la Victoria del Senado, a pesar
de las protestas de los últimos miembros paganos del Senado. Como
represalia, Graciano confiscó sus propiedades; prohibió las
donaciones materiales a las Vestales; y abolió otros privilegios que
poseían los sacerdotes y sacerdotisas paganos. En apenas dos
generaciones, los cristianos pasaron de ser perseguidos, a
convertirse en implacables perseguidores de los paganos.
El edicto de tolerancia, convirtió a los cristianos en intolerantes
que persiguieron a los paganos con la misma saña con la que
éstos les habían perseguido a ellos.


Habían existido otros concilios antes que el de Nicea, pero éste
fue el primero con carácter ecuménico universal y contó con la
 participación de alrededor de 300 obispos, lo que supuso una
 minoritaria participación si tenemos en cuenta que a lo largo del
Imperio había alrededor de 1000 obispos.


La importancia de aquel histórico concilio residió en la confección
del llamado credo niceno (redactado en griego, no en latín) que,
 esencialmente, permanece inmutable en su contenido casi 1700 años
después de su celebración. Por otra parte, la comunión entre el
Estado y la Iglesia remozada surgida del concilio, favoreció
 enormemente la expansión del nuevo cristianismo católico a través
del Imperio con una fuerza inusitada.


En parte, esta espectacular expansión del catolicismo se debió
 a razones políticas, pues, al trasladar la capital del Imperio a
Oriente, muchas familias senatoriales romanas vieron en el nuevo
clero católico que se estaba pergeñando, la posibilidad de recuperar
en Roma una influencia política que habían perdido, a veces, varias
décadas o siglos antes. Fue el nacimiento de una nueva casta
política: el alto clero romano que después desempeñaría un
destacado papel en la política europea medieval.


En sus últimos años de vida, Constantino también ejerció como
 predicador
, dando sus propios sermones en el palacio imperial
ante la corte y los invitados extranjeros. Sus reconvenciones
pregonaban el principio de armonía y coexistencia entre paganos
y católicos, aunque gradualmente se volvieron más intransigentes
hacia los primeros y, también, hacia los cristianos que no aceptaron la
ortodoxia católica o nicena. Paralelamente, Constantino fue
 eliminando a los funcionarios paganos de los principales
 puestos de la administración, sobre todo en Oriente, lo que
favoreció un considerable incremento del poder y la influencia del
 clero católico, en detrimento de los paganos y las restantes
 confesiones cristianas.


En el año 314, inmediatamente después de su legalización, la
Iglesia atacó sin cuartel a los paganos. Envalentonados por la
actitud del emperador, muchos templos paganos fueron
destruidos por las turbas cristianas y sus sacerdotes brutalmente
 asesinados. Entre los años 314 y 326 miles de paganos fueron
asesinados y se promulgaron una serie de disposiciones que
favorecieron al cristianismo católico-niceno (exclusivamente) frente
 a las demás confesiones cristianas. Asimismo, los cultos paganos
 tales como la aruspicina, el arte de adivinar por medio de las
 entrañas de las víctimas, y los sacrificios privados de
animales, fueron rigurosamente prohibidos.


La magia también fue perseguida por los cristianos. Los
romanos toleraban ciertas artes consideradas “mágicas” por
los cristianos, como las prácticas abortivas, por ejemplo.
Sin embargo, la magia con carácter pernicioso –magia negra–
también estaba proscrita por los romanos. De facto, una de
las primeras acusaciones a las que tuvieron que hacer frente
los primitivos cristianos fue la de practicar la magia negra.


En la antigüedad resultaba difícil establecer la frontera entre
“magia” y “ciencia”
 de la época. Entre los célebres magos
egipcios había desde astrónomos a físicos, al igual que entre
 los magos persas, babilónicos o caldeos, que solían dominar varias
disciplinas “científicas” según los conocimientos de la época.
Las propias Escrituras nos hablan de unos “magos” de Oriente
que acudieron a Belén para adorar al Salvador.


Otra de las razones que favorecieron la espectacular ascensión
de la nueva Iglesia católica surgida al amparo del emperador,
fueron las generosas donaciones y exenciones fiscales
concedidas al clero niceno, varios años antes de que el
cristianismo católico se convirtiera en la “única” religión oficial
del Imperio. Lo que se consumó con la promulgación del Edicto
de Tesalónica por orden del emperador Teodosio en el 380.
Acto seguido, en Dídima, Asia Menor, fue saqueado e incendiado
el oráculo del dios Apolo y torturados hasta la muerte los
sacerdotes paganos. También fueron desahuciados todos los
sacerdotes paganos del monte Athos, y destruidos sus templos
y santuarios. En vísperas de la inauguración oficial de
Constantinopla (330), el propio Constantino mandó saquear
todos los templos paganos de Grecia y trasladar sus más
preciados tesoros a la nueva capital imperial. Muchos de los
bellísimos templos de la época clásica fueron destruidos por
 la férula de los cristianos, no por la ira de los bárbaros, como a
 menudo se ha hecho creer.


Aquella actitud partidista hacia los cristianos por parte de
Constantino, tuvo efectos negativos para los que vivían
más allá de las fronteras
 orientales de Imperio. Los reyes
sasánidas que gobernaban el Imperio Parto, enemigo secular de
Roma, y que hasta entonces habían dispensado refugio a los
cristianos cuando eran perseguidos, empezaron a verlos como quinta
columnistas cuando la actitud del emperador romano
comenzó a favorecerles. Por este motivo, los cristianos fueron
 perseguidos también en Partia. Sin embargo, estos cristianos
orientales eran considerados herejes por los nicenos, y su
 recibimiento en tierras del Imperio no fue precisamente caluroso.


Entretanto, Constantino retiró su estatua de los templos paganos,
la reparación de éstos edificios fue prohibida y los fondos
 procedentes de donativos desviados a las arcas de la Iglesia.
Se suprimieron todas las formas de culto y adoración
paganos que los cristianos consideraron “ofensivos” por
considerarlos obscenos e idolátricos. No obstante, en la
espectacular reinauguración de Constantinopla celebrada en la
primavera del 330, se efectuó una ceremonia híbrida, mitad
pagana y mitad cristiana, en la plaza del mercado y se impuso la
cruz de Cristo sobre el carro del dios solar Apolo.


Constantino fue también conocido por su falta de piedad
para con sus enemigos políticos. Ejecutó a Licinio, su
cuñado, por estrangulamiento en 325, a pesar de que había
prometido públicamente no hacerlo si accedía a rendirse. Un
año después, Constantino ejecutó también a su hijo mayor,
Crispo, y unos meses después a su segunda esposa, Fausta.
Crispo era el único hijo que tuvo con su primera esposa,
Minervina, pero circularon rumores sobre una presunta relación
 incestuosa entre Crispo y su madrastra, lo que pudo ser la causa
de la ira de Constantino, que vivió el resto de sus días
atormentado por haber ordenado matar a su hijo.


Algunas leyes de Constantino, por recomendación de los
obispos católicos, mejoraron considerablemente muchos
aspectos de aquella época violenta. Por ejemplo: se
estableció la pena de muerte para todos aquellos recaudadores
de impuestos que abusaran recaudando más de lo autorizado;
no se permitía mantener a los prisioneros en completa oscuridad,
sino que era obligatorio que pudieran ver la luz del día; a un hombre
condenado se le podía llevar a morir a la arena, pero no podía ser
marcado en la cara, sino en los pies; los padres que prostituían a
sus hijas, o hijos, eran quemados vivos introduciéndoles plomo
fundido por la boca.


Además, los combates de gladiadores fueron eliminados en el
325
, aunque esta prohibición tuvo poco efecto. Se limitaron los
derechos de los propietarios de los esclavos: podían azotar a un
esclavo de su propiedad, pero no podían mutilarle o matarle. La
terrible pena de muerte por crucifixión fue abolida por razones de
 piedad cristiana, aunque el castigo fue sustituido por la horca
“para demostrar que todavía existía la implacable justicia romana”.
El domingo fue declarado día de reposo sustituyendo al sábado y
los mercados permanecían cerrados, así como las oficinas
públicas (excepto para la manumisión de esclavos). Debido a la
escasez de alimentos, no hubo restricciones para el trabajo en el
campo y en las granjas. Todas estas innovaciones también
tuvieron una inspiración política y económica que pretendía
deliberadamente perjudicar a los comerciantes judíos ortodoxos,
y a los judíos cristianos, que seguían celebrando su día preceptivo
de fiesta el sábado. Así, al trasladar el día de descanso semanal al
domingo, se les obligaba a cerrar dos días en lugar de uno. Cosa
que benefició a los comerciantes romanos, tanto a los
paganos como a los católicos.


Constantino continuó con la reforma introducida por Diocleciano
que separaba el poder civil del militar. Como resultado,
generales y gobernadores poseían menos poder que durante la
época de la anarquía militar. Criterios tanto económicos como de
seguridad llevaron a la modificación de la política de defensa del Imperio
durante la primera mitad del siglo IV. Constantino convirtió el viejo
sistema de fronteras fortificadas en un sistema de defensa en
profundidad con la formación de una gran red de acuartelamientos
en el interior de la Galia principalmente. Los motines y levantamientos
de tropas, provocados a menudo por el descontento derivado de
las largas separaciones familiares, se redujeron considerablemente.
Por otra parte, los soldados destacados en los puestos avanzados
 ponían mayor interés en la defensa de los territorios asignados al ser
conscientes de que la seguridad de sus familias estaba en juego.


Constantino disolvió la vieja y temible Guardia Pretoriana, y
en su lugar estableció los “Scholae Palatinae” (escolares); reclutó
cuerpos de caballería de élite, principalmente de origen germánico, y
 redujo de 5000 a 1000 infantes el número de efectivos de la legión
tradicional, la principal unidad de combate del Ejército romano.


Este cambio en la política militar, ahora predominantemente
defensiva, perduró hasta la desaparición del Imperio de
Occidente (476) y, quizá, fue otra de sus causas: el Ejército
romano se fue reduciendo y debilitando paulatinamente. Ya en el
siglo V, tanto los emperadores occidentales como los de Oriente,
prefirieron subcontratar a mercenarios germanos, o sobornar a los
pueblos invasores que amenazaban las fronteras, en lugar de
financiar el reclutamiento y adiestramiento de tropas regulares.
El servicio militar obligatorio para los ciudadanos romanos fue
abolido. Pero, a la larga, los tributos exigidos por los caudillos
bárbaros para no invadir los territorios del Imperio fueron más
onerosos que lo hubiese sido el mantenimiento de las
tropas imperiales.


La cada vez más poderosa jerarquía eclesiástica entendía que
era más útil y perentorio emplear los recursos del Estado en la
construcción de iglesias y monasterios, y en la celebración
de interminables sínodos, que en mantener ejércitos para defender
 el Imperio. La Iglesia creía, o hizo creer a los débiles
emperadores del siglo V, que a través de su conversión al
catolicismo, los reyes germanos se convertirían en fieles súbditos
del Imperio sin necesidad de someterles por la fuerza de las
armas. Los cristianos siempre antepusieron los intereses de la
Iglesia a los del Imperio. En consecuencia, éste estaba abocado
a su extinción.


La falta de recursos en la que se vio sumida Roma al trasladarse
la metrópoli a Constantinopla, en Oriente, donde estaban las
provincias más ricas, influyó también en su decadencia política y
 en la posterior irrupción de los pueblos invasores.


Roma fue saqueada en el año 410 por el rey visigodo Alarico, que
se llevó de las bodegas del templo de Júpiter Capitolino el tesoro
que a su vez los romanos habían tomado en el templo de
Jerusalén tras saquearlo y destruirlo en el año 70. En el 453,
Atila, el legendario rey de los hunos, se presentó a las pertas de la
indefensa Roma al frente de sus hordas. El emperador había huido y
no había tropas para defender la ciudad. El papa León I se presentó
ante el caudillo bárbaro y le disuadió para que levantase el asedio
y retirase sus tropas. Dos años después (455) fue el vándalo
Genserico el que saqueaba Roma, pero por intercesión del mismo
papa, se contentó con el botín y no tomó esclavos entre la
 desamparada población romana.


Los papas se convirtieron, por derecho propio, en los auténticos
soberanos de Roma puesto que los césares, de hecho, habían
abdicado renunciando a sus obligaciones como gobernantes. El papa
Simplicio, sucesor de León I, vivió el fin del Imperio de Occidente
(476) cuando el rey de los hérulos, Odoacro depuso al emperador
Rómulo Augústulo y envió las insignias imperiales a
Constantinopla. Sin embargo, el Imperio Romano no desapareció
completamente. Continuó en Oriente, y en Occidente su legado
perduró bajo otra apariencia: a partir de entonces Roma fue la
ciudad de los papas, y el Imperio se transformó en la Cristiandad.


Puede decirse que Constantino logró reunificar el Imperio
Romano bajo el signo de la Cruz para alargar su existencia. Su
victoria sobre Majencio en la batalla del Puente Milvio (312) le
convirtió en dueño de todo el Imperio occidental.
Gradualmente fue consolidando su superioridad militar sobre
sus rivales de la desmenuzada tetrarquía.


En 320, Licinio, augusto de Oriente, renegó de la libertad de
culto promulgada en el Edicto de Milán y reinició la
persecución de los cristianos. Esto supuso una clara
contradicción, ya que su esposa Constancia, hermanastra de
Constantino, era una devotísima cristiana. El asunto derivó
en una agria disputa con Constantino en el oeste, que
desembocó en una nueva guerra civil en 324.


Los ejércitos implicados en la contienda fueron tan grandes
que no se tiene constancia documentada en Europa de una
movilización similar hasta el siglo XIV, al inicio de la Guerra de
los Cien Años. Licinio, ayudado por mercenarios godos,
representaba el pasado y la antigua fe del paganismo.
Constantino y sus francos marcharon bajo el estandarte cristiano
del lábaro, y ambos bandos concibieron el enfrentamiento como
una lucha entre religiones. Supuestamente rebasados en
número, aunque enaltecidos por su celo religioso, los ejércitos de
Constantino resultaron finalmente victoriosos, primero en la
batalla de Adrianópolis (324), y más tarde en la batalla
naval de Crisópolis.


Aquélla fue la primera guerra de religión europea, y supuso
también el fin de la vieja Roma helenística y pagana. El Imperio
Oriental se consolidó como centro del poder, del saber, de la
prosperidad y de la preservación de la cultura clásica. Constantino
reconstruyó la ciudad de Bizancio, cuyo nombre procedía de los
colonos griegos que, bajo el mando de Bizas, la fundaron en el
siglo VII a.C. procedentes de la polis de Megara. Constantino
renombró la ciudad como su «Nueva Roma» (Nova Roma),
otorgando a ésta un Senado propio a semejanza del romano.
Luego puso la ciudad bajo la protección de la supuesta Vera Cruz,
 la Vara de Moisés, los Clavos de Cristo y otras reliquias
sagradas que, “milagrosamente”, fueron descubiertas
durante su reinado.


Las imágenes de los viejos dioses fueron reemplazadas o
asimiladas con la nueva simbología cristiana. Sobre el lugar
donde se levantaba el bello templo de Afrodita se construyó la
nueva Basílica de los Apóstoles. Varias generaciones más tarde
se difundió una historia sobre la visión divina que llevó a
Constantino a reconstruir la ciudad, según la cual un ángel que
nadie más que él podía ver, le condujo en un circuito a través
de los nuevos muros. Tras su muerte, la ciudad volvió a cambiar su
nombre por el de Constantinopla, «la Ciudad de Constantino»,
y lo mantuvo hasta que el 29 de mayo de 1453 la ciudad fue
tomada por los turcos otomanos y pasó a llamarse Estambul.


La leyenda cuenta que el mismo ángel que varios siglos antes
se le había aparecido a Constantino, reapareció en la basílica de
Santa Sofía mientras los defensores, seguros de que iban a morir
en el próximo asalto de los turcos, celebraban su última misa.
El evanescente ángel, concluida la ceremonia, tomó el cáliz con
el que se había oficiado el servicio religioso y desapareció entre los
muros de la basílica, después de prometer que regresaría para
devolver el santo cáliz cuando la basílica volviese a ser un templo
cristiano y se celebrase la primera misa.


Constantino pasaría también a la historia por las leyes que
convirtieron los oficios de carnicero y panadero en hereditarios,
lo que en la Edad Media serían los gremios de artesanos, y más
 importante aún, por convertir a los colonos de las granjas en
siervos, sentando las bases de la sociedad feudal. Estos colonos,
a su vez, eran libertos o extranjeros (“bárbaros”) que habían sustituido
gradualmente a los esclavos durante el siglo anterior. La escasa
productividad de la mano de obra esclava (no remunerada) había
terminado por imponer su lógica a los terratenientes romanos, que,
 influidos también por el cristianismo –religión muy extendida entre
los libertos– no tuvo más remedio que variar su sistema de explotación
 agraria. Las terribles hambrunas y las consiguientes pestes del
siglo III, que diezmaron la población, tuvieron un efecto demoledor
sobre la sociedad romana de la época y debilitaron considerablemente
el Imperio occidental. Muchos colonos abandonaron sus tierras de
labranza para emigrar al este, y en las fronteras muchos se
convirtieron en bandidos errantes que se aliaron con los pueblos
bárbaros que esperaban su oportunidad para invadir el Imperio.


En épocas de abundancia, era fácil negociar con los puebles que
habitaban al otro lado del limes (frontera) y favorecer los intercambios
comerciales. Cuando el grano y los animales de granja
escaseaban, los campesinos hambrientos a ambos lados del Rin
 no tardaban mucho en trocarse en hordas de salvajes dispuestos
 a tomar por la fuerza lo que antes podían comprar u obtener mediante
trueques.


Por otra parte, los acuartelamientos y puestos avanzados en
la frontera, cumplían un doble cometido: como elementos de
defensa, desde luego, pero también como dinamizadores de la
actividad económica. A medida que las tropas romanas se fueron
replegando sobre sus propias fronteras, la economía de las zonas
fronterizas entró en una profunda crisis económica. Otro problema
añadido fue que, como ya no había tropas imperiales para
protegerles del pillaje de los bandidos, los colonos abandonaron
muchas de las tierras de cultivo en las zonas próximas a la frontera.
A la postre, la falta de grano y otros productos precedentes del
campo, se dejó sentir también en la metrópoli, y la carestía de los
alimentos y las hambrunas fueron problemas comunes durante
el Bajo Imperio (ss. III-V).


A lo largo de su reinado, Constantino introdujo un importante
 número de cambios en el sistema monetario. El tradicional áureo
dio paso a una nueva moneda, el sólido de 4,50 gramos, como
moneda del Imperio Romano. Esta moneda sobrevivió al propio
Imperio de Occidente, y fue la divisa del Imperio Bizantino hasta
que perdió influencia como divisa internacional frente al dinar
árabe de los Omeyas allá por el siglo X.


Las monedas acuñadas por los emperadores revelan con
frecuencia su iconografía personal. Durante la primera parte del
gobierno de Constantino, las representaciones de Marte y
posteriormente de Apolo como dios solar, aparecen de forma
constante en el reverso de las monedas. Marte había sido
asociado con la tetrarquía, y Constantino quiso con este simbolismo
enfatizar la legitimidad de su gobierno.


Dos años antes de su victoria en el Puente Milvio (312),
Constantino experimentó una visión extática en la que Apolo se le
apareció con presagios de victoria. Tras este asombroso episodio,
el reverso de sus monedas estuvieron dominados durante muchos
años con la leyenda «al aliado Sol Invictus» (SOLI INVICTO COMITI).
La descripción representa a Apolo con un halo solar al modo del
dios griego Helios y con el mundo en sus manos. En 320, el mismo
Constantino aparece con un halo solar. También existen monedas
mostrando a Apolo conduciendo el Carro del Sol sobre un
escudo que Constantino sostiene y en otras se muestra el símbolo
 cristiano del lábaro sobre la coraza de Constantino.


Los grandes ojos abiertos y fijos son una constante en la
iconografía de Constantino, aunque no era un símbolo
específicamente cristiano. Esta iconografía muestra cómo las
imágenes oficiales cambiaban desde las convenciones
imperiales de los retratos realistas hacia representaciones más
esquemáticas: Constantino como rey–sacerdote y sumo pontífice,
no sólo como emperador a la vieja usanza, con su amplia y característica
barbilla. Esos grandes ojos abiertos y fijos se harían aún más grandes a
medida que avanzara el siglo IV, como si los nuevos emperadores
barruntasen el peligro que se cernía ya sobre el Imperio.


Además de haber sido llamado «El Grande» por los historiadores
cristianos tras su muerte, Constantino podía presumir de dicho
título por sus éxitos militares. No sólo reunificó el Imperio bajo su
mando, sino que obtuvo importantes victorias sobre los francos y
 los alamanes (306–308), de nuevo sobre los francos (313–314), los
visigodos en 332 y sobre los sármatas en 334. De hecho, sobre 336,
Constantino había recuperado la mayor parte de la provincia de
Dacia, que Aureliano se había visto forzado a abandonar en 271.
Al morir Constantino, planeaba una gran expedición para poner
fin a la rapiña de las provincias del este por parte del imperio
sasánida.


Fue sucedido en el Imperio por los tres hijos habido de su
matrimonio con Fausta: Constantino II, Constante y Constancio II,
quienes aseguraron su posición mediante el asesinato de cierto
número de partidarios de Constantino. También nombró césares a
sus sobrinos Dalmacio y Anibaliano. El proyecto de Constantino de
reparto del Imperio era exclusivamente administrativo. El mayor
de sus hijos, Constantino II, sería el destinado a mantener a los
otros tres supeditados a su voluntad. El último miembro de la
dinastía fue su yerno Juliano, quien trató de restaurar el paganismo
 a mediados del siglo IV y murió en extrañas circunstancias cuando se
aprestaba a presentar batalla a los partos. Se cree que fue
asesinado por los cristianos, a los que Juliano, apodado
El Apóstata, llamaba despectivamente “galileos”.


En sus últimos años, los hechos históricos se mezclan con la
 leyenda. Se consideró inapropiado que Constantino hubiese sido
bautizado en su lecho de muerte y por un obispo de dudosa ortodoxia
(Eusebio de Nicomedia era arriano), y de este hecho parte una
 leyenda según la cual el papa Silvestre I habría curado al emperador
pagano de la lepra. También según esta leyenda, Constantino habría
sido bautizado tras haber donado unos palacios al papa. Entre ellos,
uno que había pertenecido al emperador Nerón, considerado un
anticristo por la Iglesia. En el siglo VIII aparece por primera vez
un falso documento conocido como «Donación de Constantino», en
el cual, un recientemente convertido Constantino entrega el
gobierno temporal sobre el Imperio de Occidente, incluida la misma
Roma, al papa.


En tiempos del imperio carolingio, este documento se usó para
aceptar las bases del poder temporal del papa de Roma,
aunque fue denunciado como apócrifo por el emperador Otón III,
y mostrado como la raíz de la decadencia del Papado por el poeta
Dante Alighieri. En el siglo XV nuevos expertos en filología
demostraron la falsedad del documento.


De cualquier modo, el mayor legado del emperador pagano
Constantino: la Iglesia católica romana, le ha sobrevivido hasta
nuestros días con escasos cambios, y constituye el último vestigio
del antiguo Imperio Romano de Occidente fenecido en el año
476, cuando todavía no existía ninguna de las actuales
naciones europeas.






Fuente Wikipedia





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